martes, 4 de septiembre de 2007

Cuando la piedra habla… (parte I)






Deseamos crear una comunicación libre entre
el artista y el espectador mediante una forma básica

En lo que sigue intentamos pensar sobre el habitar y el construir. Este pensar sobre el construir no tiene la pretensión de encontrar ideas sobre la construcción, ni menos dar reglas sobre cómo construir.
Heidegger


Cuando empiezas el primer año de bellas artes muchas personas te advierten que será el más duro porque no te dejan espacio para crear, sino que te mandan trabajitos técnicos para que vayas tomando destreza en las distintas técnicas artísticas. Esto que estás leyendo es un ejemplo de lo que esas personas no hicieron, crearse su propio espacio creativo. Trataremos de explicar aquí el desarrollo de los actos que nos sucedieron a lo largo del curso de técnicas escultóricas entre febrero y junio de 2007. Antes de comenzar queremos insistir en que este escrito no tiene por objeto establecer unas normas o unos pasos a seguir por el lector para hacerse a la idea de qué significa crear, en este sentido creemos que las definiciones (de arte) no ayudan a hacernos a la idea de lo que se está hablando sino que es realidad una invitación a vivirla, la palabra es pues una invitación al lector para experimentarlo, pero no por esto se convierte en norma, todo lo contrario, cada uno debemos descubrir y construir nuestra opinión a partir de nuestra propia experiencia, sin esta libertad ¿qué sentido tendría todo?
Encuentra tu propia respuesta.

El primer ejercicio de la asignatura consiste en realizar una obra en escayola, para lo cual necesitas varios ingredientes: escayola, agua y un molde donde dejar que se seque para después tallarla. Gracias a la colaboración del profesor que nos administró la escayola en polvo pudimos mezclarla con el agua hasta disolverla para verter la mezcla en una caja de cartón protegida con una bolsa plástica. Lo dejamos secar el tiempo suficiente hasta su endurecimiento, tanto en el molde como al aire libre con el fin de trabajarla. Cuando lo saqué del molde y pude ver la masa de escayola con las huellas formadas por el cartón y la bolsa de basura, me quedé mirándolo detenidamente, recorrí con la mirada las arrugas producidas por el contacto de la escayola con la bolsa, o viceversa. Mantuvimos una conversación.

Aquel cubo rectangular era contundente, me produjo una sensación difícil de explicar. Analizando las características formales podemos a posteriori hacernos una idea de esto. Podemos describirlo como una forma gris de tamaño mediano, la mitad del volumen contenido en una caja de cuatro paquetes de folios, que de una mirada ya puede ser visto. Ante el parecido general de los cubos debía fijarme en la diferencia entre el mío y el de los demás. En algunos casos las diferencias eran de tamaño, en otras era por la forma del molde y en otras por la superficie. En cualquier caso todas eran una misma forma pero diferentes entre sí. Esto me hizo pensar en las permanentes diferencias que existen incluso entre los mismos tipos de objetos. Todos tenían su propia esencia y a la vez una esencia común, era algo así como un concepto extra-polable a otros ámbitos, útil y reconciliador para con la naturaleza de los seres.

No dejé de mirarlo, desde todos los puntos de vista, rodeándolo con mi presencia para descubrir así qué me podía sugerir aquella forma tan básica. Me vinieron a la mente varias imágenes, pero hubo una que se diferenciaba del resto y era una obra de Bruce Nauman: “el espacio que hay debajo de mi silla”. La relación que existía entre mi forma básica y esta obra era puramente formal, como con otros trabajos de Jorge Oteiza. Todas ellas son cúbicas y establecen un curioso diálogo con el espacio que las conforma. Los distintos aspectos que me transmitía aquella escultura de escayola partían de mi interés por encontrarlos. La escultura me estaba hablando y yo sólo debía pararme a escuchar. Recomiendo con esta actitud estar abierto a los sentidos, recomiendo sencillamente estar sensible a lo que nos rodea, tanto a lo que vemos como a lo que no vemos. Creo imprescindible ser y estar sensibles.

Traté de establecer alguna relación entre mi escultura de escayola y las imágenes que me había sugerido, pero todo se convertía en una amalgama de posibilidades dispersas. Necesitaba saber por qué aquella forma básica había despertado en mí un desarrollo de conceptos y sensaciones libres. La búsqueda había comenzado.

Estuvimos de biblioteca en biblioteca mirando fotografías de esculturas que tuvieran alguna relación. Al principio fue la forma quien nos sugestionó, encontrando piezas similares: una unidad formal simple. Además de aquella obra de Bruce Nauman y algunos estudios sobre el espacio de Jorge Oteiza encontramos en la escultura natural de Carl André una posible analogía. Los torsos de Brancusi y el “Abrantegas” de Jean Dubuffet son otros buenos ejemplos. Los artistas del denominado land-art son afines: Richard Long, Carl Vetter y Michael Enneper son algunos de los más destacables. Mientras las semejanzas formales aparecían por doquier, la escasa relación entre los conceptos dividió la búsqueda por dos camino distintos: uno sería formal, y el otro conceptual. Esto generó un problema porque hasta entonces sólo teníamos la forma y faltaba por construir el contenido que la sustentaría. Pensamos entonces en qué queríamos decir con ese bloque.

Volvimos a enfrentarnos físicamente con la escultura, fuimos a verla nuevamente intentando hacernos conscientes de los distintos aspectos no formales que nos pudiera sugerir. En un principio fue la importancia del tiempo que dedicábamos a su visionado la que nos inquietó, junto con la relación que se establecía entre nosotros y el espacio a través de la obra. Así nos vino a la mente las obras prehistóricas. Esta vía de investigación fue una de las más intensas ya que la historia de ese período de la humanidad son, al fin y al cabo, una serie de hipótesis y no una realidad constatada y hermética, creando así una historia abierta esperando a ser re-descubierta por nosotros. Esta analogía formal y conceptual era precisamente la que más nos interesaba. El objeto era el nexo para el diálogo libre entre el espectador y su hábitat mediante la conciencia. Existen distintas teorías que explican el motivo por el cual en la prehistoria se colocaban las piedras como menhires, dólmenes y agrupaciones.


Todas ellas tienen algo en común, y es la función del objeto para despertar la conciencia del ser en el lugar, tanto para la limitación de un territorio o para la distinción de un lugar como mágico, es decir, son portadoras de información para un espectador sensible. Todas las hipótesis además de tener este punto en común, coinciden en que ninguna de ellas es refutable, por eso son hipótesis. Por lo que todas las opciones son igual de válidas. Este concepto lo podemos relacionar con la idea que Umberto Eco desarrolló en “Obra abierta”, describiendo la libertad del espectador para generar su propia opinión y conocimiento a partir de la obra de arte. Este libro es de importancia capital. Sin esa citada libertad no habrían aparecido aquellas relaciones en mi mente creadas por la escayola. Indudablemente cada persona genera distintas concepciones de la experiencia artística y esto lo hace más interesante. Tener conciencia de este hecho es vital para el creador, que necesita conocer las posibles reinterpretaciones de su obra. En este caso, la escultura al ser básica hace que las posibles interpretaciones queden menos sugestionadas por el artista y por la materia, por lo que quedan al descubierto los vértices de la comunicación: el emisor, el receptor y el mensaje, liberados por las características genéricas de la obra.

Tenía todas las características que deseo encontrarme en una obra de arte: una forma potente que me obligue a pensar en las diferencias. Concebí esta escultura como un primer paso para la investigación que hemos llevado a cabo. Descubrir las relaciones que mantenemos con el espacio mediante los objetos.

Todo esto explica la ausencia de talla en el bloque de escayola. Asumí entonces que no lograría mejorar aquella forma, estaba ya hecha, me vino dada, de ahí salió la conexión con los ready-made y el gesto duchampiano. Aún no estaba definida claramente esta relación, pero sabíamos que el acto de descontextualizar y contextualizar los objetos era relevante. Por lo que asumimos nuestro segundo ejercicio como un trabajo de campo, como una experiencia para la conciencia, como una práctica teórica. Esta segunda tarea consistía en tallar una piedra de alastro o un bloque de madera, nosotros elegimos piedra. Así que nos fuimos a por ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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